Vamos llegando a la casa,
es esa que está en la esquina,
la que tiene en la ventana
unas flores amarillas,
allí duerme el amor mío,
la muchachita más linda
que se pueda imaginar,
¡No puedo con tanta dicha!
Llegaremos en silencio
y nos pondremos en fila,
como hemos practicado
comenzamos enseguida,
le cantaré las canciones
de sus queridos artistas
y que tararea en las tardes
cuando se baña en la tina.
Contenta y embelesada
me regalará su sonrisa,
y empezará a coquetearme
peinándose la pollina,
cuando bate su cabello
me provoca y me inspira
cantarle esas canciones
que enamoran enseguida.
Al fin de la serenata,
antes de la despedida
me abrazará con fervor
arrugando las cortinas,
el postigo se abrirá
para besar su boquita
con una ternura que tiene
sabor al más dulce almíbar.
Tendremos mucho cuidado
porque en la última cita
un vecino envidioso
llamó a la policía
y llegaron sin demora
para unirse a la partida
haciendo coro en las partes
donde la canción se sabían.
Otros vecinos salieron
y ante el talento que había
sacaron unas botellas
de aguardiente y de tequila,
unas de vino “Sansón”
del que hay en las cocinas
y el ricachón de la cuadra
sacó vino de barrica.
Eso no es lo que esperaba,
no era la idea mía,
se aparecieron de pronto
los borrachos de la esquina
y pendiente de nosotros,
como en una novelita
los vecinos de la cuadra,
sus hermanitos del alma.
los papás y la abuelita.
PanchoTronera
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