Recuerdo que no era
alto,
pero sí, bien
parecido,
un joven que, a
su edad,
ya había ganado
un título,
había ocupado un
lote
en un terruño
escondido
donde solo habían
potreros,
corrales y
sembradíos.
El pueblo
quedaba lejos,
el abasto lo surtíamos
una vez a la
cuaresma
cualquier día no
domingo,
nos íbamos
caminando
por senderos y
caminos
cruzando los
arenales
y navegando los
ríos.
Los camiones se
atrevían
a desafiar los
caminos
a sabiendas que
en invierno
se desbordaban
los ríos,
en verano era un
polvero
como el cuento
e´ Florentino
que quería beber
agua
de un terrón que
había molido.
Como yo era un muchacho
buscaba novia
escondío,
y me antojé de
una “guara”
hija de un
vecino mío,
con unas piernas
gruesotas
que sostenían un
“fundillo”
bien bueno para
agarrarse
si le subías el vestido.
La “güara” era
bonita,
su cabellera era
un río,
una carita preciosa,
piel cubierta de
vellitos,
morena como la
yegua
que enamora a mi
tordillo
y senos que al
abrazarla
desbocaba el
pecho mío.
Recuerdo que una
tarde
que llegué bien
tempranito
ella estaba ya en
su casa,
la vi desde el
rancho mío,
hacía un calor
extenuante
me sudaba el “rabadillo”
y yo me la
imaginaba
que ella estaría
en lo mismo.
Desde lejos le
insinué
que se bañara conmigo
que había
llenado el tanque
y el sol estaba
bien rico,
sin pensarlo
ella se vino,
yo estaba sin “calzoncillos”
y ella me siguió
y se puso
tal como la
habían parido.
Lo demás no se
los cuento
porque soy muy
comedido
pero si se
imaginan aquello…
¡si señor!, fue
lo que hicimos
y ahora quisiera
tener
otra vez ese
amorío
para volver a tener…
aquel encuentro sensual
que tuvimos
jovencitos.
PanchoTronera
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